En Lautaro, nos tocó trabajar juntos, en la misma comunidad. Nos poniamos la cruz, las ganas, e íbamos casa por casa visitando a la gente, escuchando sus problemas, aconsejándolas, aprendiendo de ellos, e invitándolas a participar de la iglesia local, y a pesar de todas sus condiciones desfavorables, tuvimos una recepción increíble. Muchas veces nos recibían con un vaso de Coca-cola, la cual probablemente habían comprado con el trabajo de todo un día, y la ofrecían para nosotros, que éramos unos simples visitantes en sus casas. Otra cosa que llama la atención, es que la gente vivía con mucho menos que nosotros, aún con míseras cantidades al mes, cantidades que nosotros ni dudaríamos en gastar en un par de zapatillas, o algunas idas al cine, etc.
Ahora, les contaremos la experiencia personal de cada uno, lo que nos tocó ver en términos de pobreza:
Icha: En estas misiones me di cuenta de lo humilde de la gente, ya que, por ejemplo, algunas familias a las que visité, vivían con 1000 pesos diarios. Para la mayoría, la ropa era compartida, pero no como la compartimos nosotros con nuestros hermanos si no que tenían un par de zapatos para tres que se los turnaban. Tenían solo 2 tenidas cada uno de los integrantes de la familia y no se quejaban. Como la gente nos contaba, la comida era muy controlada por la escasez que había dentro de sus hogares. En muchos casos pudimos ver que vivían con sus padres e hijos en una casa pequeña y con pocas camas en mucha ocasiones tenían que dormir de 2 o 3 por camas, etc. Aprendí mucho y pude darme cuenta de mi situación totalmente privilegiada, de lo cual estoy agradecida.
José: En Lautaro, mientras visitaba puerta a puerta todos los hogares que me fueron asignados, me iba dando cuenta de lo distinto que vivía yo a esas personas. Una señora me comentaba que ella guardaba todas las sobras de comida en bolsas plásticas, y que luego todo lo que no estaba descompuesto, lo hervía en agua y hacía caldos para soportar el frío, ya que tampoco tenía dinero para calefacción. Otro señor, al momento de abrirme la puerta de su casa (que era una porción de trupán con un pedazo de madera para mantenerla cerrada), sonrío y me extendió la mano para hacerme pasar, cuando entré a su casa, que era una habitación con piso de tierra y una sola cama, me ofrecío lo único que tenía para comer, que era una marraqueta.
En misiones pude ver la pobreza en su esplendor, como vive la gente, como se las arreglan con lo que tienen, y como aún mantienen la esperanza de surgir.